lunes, 23 de mayo de 2011

EL REENCUENTRO III

¡No sé como puedo explicar tantos sentimientos y tantas emociones!

Después de 13 años, reconocí a la madre cuando llegaba con el coche a la estación de autobuses. Como en una cita a ciegas, me había dicho que llegaría en un fiat azul y así fue. Bajó del coche amable como la recordaba, quizás más envejecida, pero con la vitalidad que la tenía en mi memoria.
Al subir en el coche, recordé el olor. Ese olor que me trasladó de repente a mi adolescencia y me hizo recordar los tramos que recorrimos en coche para ir al colegio por las mañanas.
Hablamos del tiempo que había pasado, de lo que hacía Nathalie ahora, lo que hacía yo, nos pusimos al día. Yo mientras tanto, iba observando todo intentando recordar algo por el camino. Verde, más verde, eso lo recordaba, pero podía ser un camino cualquiera porque a la memoria nada del recorrido me era familiar. 
Busqué algún motivo que me recordara y al final así fue… Cuando giramos en una pequeña curva, vi la casa a la que nos dirigíamos. En lo alto de una montaña, allí se encontraba. La imagen que buscaba. Tal y como la tenía grabada.
Desde ese momento, quizás antes, pero no lo recuerdo, se me marcó una sonrisa en la cara. Esa sonrisa que solamente es permanente cuando realmente te encuentras feliz. Feliz. Esa palabra que pocas veces la podemos pronunciar con la boca llena de orgullo, que dura pocas horas, minutos o segundos. Esa palabra, este día me llenó por completo porque estaba a punto de redescubrir un viaje, mi primer viaje al extranjero en mi adolescencia. 
Y quizás por lo que ahora estoy en Francia. Porque ese viaje, lo recuerdo como el primero de muchos y puede ser que por ese recuerdo tan bueno, al tener la oportunidad de repetir Francia, me decantase por este país.

El padre de Nathalie nos esperaba, ya que llegábamos con retraso a comer por mi odisea en el viaje... Al entrar en la cocina, una ráfaga de ese olor que reconocí en el coche me invadió. El recuerdo se hizo más intenso y mi sonrisa se remarcó más. Estaba en esa cocina, donde habíamos compartido gastronomía española y francesa y me había sentado por las tardes con Nathalie a hacer los deberes. (Yo hacía sus deberes españoles y ella hacía los míos franceses).
Reconocí los fogones, la mesa, la disposición de los objetos. Todo estaba intacto. Recordé una cena donde la mesa la gobernaba una gallina. Aquella gallina a la que le habíamos puesto nombre y jugando con ella y un día decidieron que era para comer... Recordé a la abuelita, que ya no está entre ellos, la tormenta que se escuchaba una noche y al ver el pronóstico del tiempo en la televisión, recordé que en aquellos momentos no entendía nada y que ahora, las conversaciones se suceden unas tras otras.

Al padre lo recordaba de una forma similar pero más serio. Callado, pensando en sus cosas. Esta vez, me hizo muchas preguntas y observándolo, me di cuenta de que su hija tenía rasgos más suyos que de la madre. Gestos marcados y la sonrisa completa. Es un señor muy agradable, para nada serio. Activo enérgico y a sus 69 años sus manos hablan por él y denotan que es una persona que ha trabajado sin descanso en la agricultura y la ganadería. Como tal, así seguían, criando vacas, ya no vacas para leche, como en aquel entonces, sino para carne. Además de tener girasoles, cerezas, gallinas...

Me sentí muy cómoda compartiendo la comida, con dos personas a las que conocí durante muy poco tiempo hace muchos años. Hablamos sin parar, nos hicimos preguntas, el interés era mutuo y yo, me sentía plena, querida, acogida, cómoda, emocionada.

Después pude ver mi habitación, donde pasé aquellos días. Nathalie la había modificado y se notaba que los años y épocas diferentes habían pasado por allí. Pero ese olor... Seguia intacto y era lo que me hacía recordar anécdotas como que una noche, la madre de Nathalie golpeó el suelo de la habitación desde la cocina, para decirnos que ya era hora de dormir, que dejásemos de hablar, jaja, como pasa el tiempo y qué cosas se nos quedan en la retina...


La casa de campo, tal y como estaba hace 13 años.
La puerta que está abierta, la cocina. Encima, mi dormitorio.

Con los perros después de que me tiraran al suelo.

Respirando aire puro entre la nostalgia.

Despedida de los padres de Nathalie, en la estación de autobuses. 

Sin duda, este día pasa a formar parte de los días más felices de mi vida. Y aunque no pude reencontrarme con Nathalie, un reencuentro como éste después de tantos años, es el principio de una amistad, perdida por el tiempo y el idioma y recuperada con energía y entusiasmo.


¡¡GRACIAS LA VIDA!! 
YA QUE DE VEZ EN CUANDO, ME SORPRENDES CON MOMENTOS 
DE ¡¡PLENA FELICIDAD!!


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